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Petr Fiala

Humor: El debate: ¿política o comedia de enredos?

Anoche, en un debate televisivo que parecía escrito por un guionista de sátira más que por un equipo de asesores políticos, los candidatos de varios partidos se enfrentaron bajo la atenta mirada de un público dividido entre la indignación y la carcajada.

El momento más comentado llegó cuando un reportero, directo y sin rodeos, le dijo al primer ministro:

—Mire, señor primer ministro, la gente no está conforme con su gestión porque trabajan mucho, pero no les pagan lo debido. ¿Por qué es eso así?

El mandatario, con gesto solemne, respondió:

—Eso es fácil de explicar: nosotros no pagamos ni bien ni mal porque el trabajo del pueblo no tiene precio.

El reportero, desconcertado, insistió:

—Explíquemelo mejor, porque no le entiendo.

—Si usted viniera a una entrevista de trabajo conmigo y me pidiera que definiera a mi gobierno en tres palabras… —comenzó el primer ministro.

El periodista lo interrumpió:

No hacen nada.

El primer ministro sonrió con ironía:

—Veo que me ha entendido perfectamente.

El público murmuró, algunos reían, otros negaban con la cabeza. Pero el programa no se detuvo ahí.

El reportero cambió de tema:

—Bueno, pasemos al caso del ministro de Finanzas y su escándalo con las monedas virtuales. ¿Cómo explicamos lo que pasó en el tribunal?

En pantalla aparecieron imágenes del juicio. El juez advertía al testigo sobre las penas por perjurio. El testigo, sin pestañear, declaró:

—Lo sé. El acusado me prometió un coche nuevo y una cuentica de criptomonedas muy jugosa.

La cámara volvió al estudio. El reportero, con tono irónico, comentó:

—Bueno, veo que tiene una corte y un ministro de Finanzas muy confiables.

El primer ministro, orgulloso, replicó:

—Claro que sí. Era la única forma de acabar con la supuesta corrupción del gobierno pasado. ¿Ve usted? Ya nadie se acuerda de las cigüeñas.

El periodista giró la mirada hacia el principal candidato de la oposición, a quien se le había señalado como exagente de la STB.

—Usted, como político y supuesto agente de la STB, ¿qué opina de nuestro magnífico Estado? —preguntó con malicia.

El opositor, casi por reflejo de otros tiempos, respondió con la frialdad de la vieja seguridad del Estado:

—¿Y usted qué opina?

—Lo mismo que usted —respondió el periodista.

El político, mecánico, replicó:

—¡Está arrestado!

El reportero soltó una carcajada:

—Bueno, sé que es su vieja costumbre… pero no me irá ahora a cerrar el programa.

El candidato lo miró fijo y, con un gesto ambiguo, murmuró:

—Déjeme pensarlo.

Las risas enlatadas sonaron, como si la televisión misma se burlara de lo que acababa de suceder.

Y entonces, a modo de cierre, desfilaron chistes políticos como si fueran frases lapidarias proyectadas en pantalla gigante:

  • ¿A qué extremo de la cuerda deberíamos tirar para ayudar a un político que se está ahogando?
    A los dos —gritó el público al unísono.

El reportero, en tono solemne de despedida, concluyó:

—Los políticos son como febrero: una vez cada cuatro años muestran algo extraordinario, pero siguen estando por debajo de la media.

El primer ministro, no queriendo perder protagonismo, remató:

—Les contaré un chiste: los políticos son como el rublo, nunca se sabe si sube o baja… pero al final, no importa.

Finalmente, como rúbrica absurda, la pantalla mostró la última máxima:

La política es como una vaca en el tejado: nunca se sabe cómo llegó allí, y nunca se sabe cómo bajarla.

El programa cerró entre risas, escándalos y aplausos confusos.
Nadie supo si había asistido a un debate electoral… o al estreno de un show de humor negro.

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