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Petr Fiala

Praga: la peligrosa ilusión de que la superpotencia recompensará la no resistencia

Praga – Los checos mantienen un problema histórico: la creencia de que, si no se resisten y actúan con razonabilidad, la superpotencia lo valorará y lo recompensará. Así lo afirmó el historiador del Instituto Histórico Militar, Prokop Tomek, durante la emisión del Fondo de Dotación para Ucrania titulada Operación Esperanza, organizada en conmemoración del 57.º aniversario de la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia.

Según Tomek, esta actitud marcó la reacción del país tras la entrada de las fuerzas soviéticas en agosto de 1968. “La idea de los líderes era que, si éramos buenos, razonables y demostrábamos que el socialismo no estaba amenazado, las tropas se irían y continuaríamos con las reformas. Ese es un problema histórico en Bohemia: esperar que la superpotencia valore la pasividad. Y eso nunca ocurre”, subrayó el historiador.

Tomek sostiene que la defensa no siempre requiere armas, sino también una postura firme. “No había necesidad de reconocer la ocupación como una ayuda fraternal ni de participar en las purgas laborales contra quienes se oponían a la invasión. Una resistencia cívica habría significado más que una lucha heroica condenada al fracaso”, afirmó.

La disparidad militar de 1968

El ejército checoslovaco, explicó Tomek, disponía entonces de unas diez divisiones incompletas, con menos de 100.000 soldados, entrenados solo para un eventual ataque desde Occidente. En contraste, el ejército soviético desplegó en el primer escalón 20 divisiones completas, reforzadas por tres divisiones polacas, dos húngaras y dos de Alemania Oriental en reserva, además de una fuerza aérea preparada y miles de tanques y vehículos blindados.

El entonces ministro de Defensa, Martin Dzúr, ordenó a todas las unidades no resistir y prestar asistencia a los ocupantes tras ser presionado por generales soviéticos. Para Tomek, aquello selló el fracaso inmediato de cualquier resistencia organizada: “El propio ministro sofocó la reacción del ejército, que de por sí no estaba preparado para defenderse de los aliados socialistas”.

Entre la condena y la parálisis

La noche del 20 de agosto de 1968, la cúpula política condenó la invasión como ilegal, pero permaneció paralizada. Días más tarde, en Moscú, los representantes checoslovacos –a excepción de František Kriegl– firmaron un documento de rendición, que marcó el inicio de dos décadas de ocupación.

Hoy, algunos políticos opositores o extraparlamentarios minimizan aquel período, sosteniendo que la presencia soviética no fue tan terrible y que Rusia carece de interés en la República Checa. Utilizan este argumento para rechazar el aumento del gasto en defensa y la ayuda a Ucrania. Tomek considera estas declaraciones incomprensibles: “Es inaceptable trivializar una ocupación que costó vidas, miles de millones en infraestructura para tropas extranjeras y años de sometimiento”.

Un mensaje para el presente

El historiador concluyó que la lección de 1968 es clara: la pasividad no protege a un país pequeño frente a una superpotencia. Resistir, aunque sea con dignidad y firmeza cívica, ofrece más frutos que la espera de una recompensa que nunca llega.

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