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Petr Fiala

El Monasterio de Emaús: las raíces croatas del único centro de liturgia eslava en Praga

Probablemente todo checo reconozca el Monasterio de Emaús en Praga por las icónicas torres de la Iglesia de Nuestra Señora. Sin embargo, este lugar histórico guarda un pasado mucho más profundo de lo que su arquitectura revela. También llamado el Monasterio de los Eslavos, fue fundado por el emperador y rey Carlos IV con una ambición singular: unir las raíces premislidas de Bohemia con la tradición cirilo-metodista de Moravia.

El proyecto no surgió de la nada. En el siglo XIV existía la creencia de que los checos no habían llegado desde el oeste de Ucrania, como indican hoy los estudios, sino desde Croacia. Y precisamente allí, en la ciudad de Senj, camino del Vaticano, Carlos IV descubrió una tradición litúrgica que marcaría la identidad del nuevo monasterio praguense.

“Todo comenzó cuando Carlos hizo escala en Senj y descubrió que allí existía un obispo al que el Papa había concedido el derecho de celebrar la liturgia eslava desde 1248”, explica Václav Čermák, paleoeslavista y director del Instituto Eslavo de la Academia de Ciencias de la República Checa.

La autorización papal había dado lugar a un florecimiento de textos litúrgicos en glagolítico, ya que el cirílico era considerado una escritura oriental y, por tanto, herética. Para Carlos IV, el hallazgo fue revelador: comprobó que la liturgia eslava podía coexistir dentro de la Iglesia católica y decidió llevar esa tradición a Bohemia.

Con ello buscaba reforzar una idea muy extendida en su tiempo: la llamada “teoría croata del origen de los checos”, según la cual los antepasados eslavos de Bohemia habrían avanzado hacia Europa Central desde el sur, a través de la península balcánica. Incorporar la lengua litúrgica de Cirilo y Metodio al corazón de Praga significaba, así, dotar a su reino de un fundamento espiritual y cultural basado en raíces antiguas.

El monasterio fue fundado en 1346 con la llegada de monjes benedictinos croatas y consagrado en 1372. Gozaba de gran autonomía y, a diferencia de otros centros, no estaba obligado a administrar parroquias, en parte porque la liturgia eslava no era fácilmente comprensible para los laicos. Incluso tras la muerte de Carlos IV, Emaús sobrevivió a tiempos turbulentos, incluyendo la invasión husita de 1419. Una de las razones, según algunos testimonios, fue que el abad permitió los servicios en lengua vernácula.

La presencia croata dejó huella. En Emaús se tradujeron textos checos al dialecto chakaviano, incluidos extractos de las obras de Jan Hus. Gracias a ello, el checo se convirtió en el segundo idioma traducido al croata en el siglo XIV, solo después del italiano.

Hoy, el Monasterio de Emaús no solo se alza como un símbolo arquitectónico de Praga, sino como un testimonio de cómo Carlos IV intentó edificar el Estado checo sobre raíces espirituales compartidas con el sur eslavo.

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