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Un restaurante

La industria siderúrgica europea atraviesa su peor momento histórico mientras Bruselas apuesta por soluciones que podrían agravar el problema.

Praga – La producción de acero en Europa se tambalea. En 2023, la República Checa alcanzó su nivel más bajo de producción de acero bruto: apenas 2,4 millones de toneladas, un desplome del 25% respecto al año anterior. En 2021, la cifra fue casi el doble, con 4,7 millones. El escenario checo no es una excepción, sino el reflejo de una tendencia continental alarmante.

Las importaciones de acero en la Unión Europea han alcanzado niveles récord, representando más del 21% del consumo total—frente al 13% registrado en 2013. Gigantes del sector están reduciendo plantillas o cerrando fábricas: Liberty Steel cierra su planta en Dudelange (Luxemburgo), mientras que Thyssenkrupp prevé despedir a 11.000 empleados antes de 2030.

Entre el precio de la energía y la presión asiática

Las causas de esta crisis son múltiples, pero convergen en una misma dirección: pérdida de competitividad. Los altos costes energéticos en Europa afectan de forma directa a las acerías. A ello se suman las importaciones a bajo precio desde China e India, que inundan el mercado. Además, los aranceles impuestos por Estados Unidos han desviado aún más acero asiático hacia el continente europeo.

Las asociaciones siderúrgicas advierten de que, sin una intervención política contundente, el sector podría perder hasta 300.000 empleos directos y 2,3 millones en industrias relacionadas antes de que finalice la década.

Bruselas responde: más costes, más subvenciones

La Comisión Europea ha presentado un nuevo “plan de acción” para la siderurgia. Entre sus medidas, destacan:

  • El endurecimiento del arancel de carbono a las importaciones de metales y materiales siderúrgicos.

  • Nuevas políticas proteccionistas para limitar la competencia externa.

  • Subvenciones millonarias para la transición hacia una producción más “limpia”.

Estas medidas, sin embargo, tienen un doble filo. Si bien pueden ofrecer protección temporal a los productores europeos, también encarecerán el acero, afectando a toda la cadena productiva que depende de este material.

El dilema de la descarbonización

El núcleo del plan europeo es la descarbonización de la industria. La propuesta consiste en reemplazar los tradicionales altos hornos de coque, que funden el mineral de hierro, por hornos eléctricos que solo funden chatarra. Esta transición multiplica el consumo eléctrico y limita la producción de acero primario, esencial para fabricar componentes de alta resistencia como mástiles de aerogeneradores, vehículos blindados o tanques.

La solución definitiva para producir acero descarbonizado pasa por el uso de hidrógeno—preferiblemente verde—en lugar de coque. Pero este modelo es tan costoso como técnicamente complejo. La primera acería de este tipo se está construyendo en Boden, Suecia, con un coste de 6.500 millones de euros para una capacidad anual de 5 millones de toneladas.

Mientras tanto, Bruselas ha destinado apenas 150 millones de euros a un fondo de investigación para el carbón y el acero, y otros 600 millones al Acuerdo de Industria Limpia. Una cifra modesta ante la magnitud del desafío.

El acero limpio será más caro… y difícil de exportar

En 2024, el consumo de acero en la UE caerá otro 2,3%, continuando una tendencia a la baja iniciada en 2019. Las acerías se reducen, las importaciones crecen y la competitividad europea sigue erosionándose.

La transformación industrial es carísima. Solo la descarbonización parcial de la Siderurgia de Třinec costará 1.000 millones de euros, la mitad financiada con fondos estatales. Pero el resultado final será un acero más caro, cuya exportación resultará poco rentable. Para sostener su compra, la UE exigirá que los contratos públicos prioricen materiales con baja huella de carbono.

Así, el círculo se completa: los Estados subvencionarán la producción, pagarán sobrecostes en licitaciones públicas y, a cambio, verán aumentar su deuda nacional mientras su industria pierde terreno global.

Tanques más caros para una Europa más endeudada

Todo esto sucede en un contexto geopolítico en el que Europa refuerza su industria militar. La demanda de acero para vehículos blindados y tanques crece rápidamente. Un solo tanque moderno requiere unas 50 toneladas de acero, y con los precios al alza, su coste podría dispararse.

En varios países, los presupuestos ya están al límite. Apostar por una industria menos competitiva y más cara podría convertirse en una estrategia insostenible a medio plazo.

Mientras tanto, desde Bruselas se insiste en una visión política desconectada de la industria real. La crisis del acero no es un caso aislado, sino el reflejo de una desconexión creciente entre las decisiones estratégicas y la economía productiva.

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