A los checos les encanta la cerveza. Pero su consumo regular daña irreversiblemente el cerebro
Praga. — En la República Checa, la cerveza no es solo una bebida: es parte de la identidad nacional. Con el mayor consumo per cápita del mundo, el “oro líquido” checo fluye en tabernas, festivales y reuniones familiares. Sin embargo, los neurólogos advierten que detrás de esta tradición se esconde un enemigo silencioso: el deterioro cerebral causado por el consumo habitual de alcohol.
Aunque la cerveza se asocia históricamente con la cultura y el bienestar, su consumo excesivo puede tener graves efectos en el cerebro, el hígado y la psique. El reconocido neurólogo Richard Restak advierte que el alcohol “aumenta significativamente el riesgo de deterioro cognitivo y fatiga crónica, especialmente con la edad”.
Una tradición milenaria con doble filo
La cerveza es una de las bebidas alcohólicas más antiguas y populares del mundo. Se estima que tiene más de 7.000 años, y su origen se remonta a la antigua Mesopotamia, donde se elaboraba a partir de cereales fermentados como la cebada. Desde entonces, ha acompañado a la humanidad en celebraciones, rituales y encuentros sociales.
Sin embargo, el consumo actual es mucho más alto y frecuente que en cualquier otro periodo de la historia. En la República Checa, se calcula que cada adulto bebe en promedio más de 130 litros de cerveza al año, lo que convierte a este país en líder mundial del ranking cervecero.
Aunque la cerveza contiene pequeñas cantidades de vitaminas del grupo B y antioxidantes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda que no existe un nivel seguro de consumo de alcohol. Incluso una ingesta moderada puede aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas.
Los especialistas insisten: los beneficios que se le atribuyen a la cerveza no compensan los daños que provoca su consumo regular.
El cerebro, la primera víctima
En su libro «Guía completa de la memoria: La ciencia para fortalecer tu mente», el Dr. Restak explica que el consumo habitual de alcohol afecta directamente la estructura y la función del cerebro.
“El alcohol interrumpe las conexiones neuronales, deteriora la memoria y altera la capacidad de procesar información”, señala el neurólogo.
El cerebro humano tiene una notable capacidad de adaptarse y mejorar mediante la repetición y el aprendizaje. Pero el abuso del alcohol destruye este mecanismo: reduce la concentración, entorpece la atención y deteriora la memoria a corto y largo plazo.
Diversos estudios han demostrado que el consumo excesivo de alcohol puede causar atrofia cerebral, una reducción del volumen del cerebro que aumenta el riesgo de demencia y otras enfermedades neurodegenerativas.
“El alcohol es tóxico para las neuronas. Cuanto más se bebe, más difícil resulta que el cerebro se regenere”, advierte Restak.
Daño invisible pero permanente
El alcohol no solo perjudica la memoria, sino también funciones esenciales como el juicio, la toma de decisiones y la coordinación motora.
A medida que la edad avanza, estos efectos se vuelven irreversibles. El cerebro pierde plasticidad y la regeneración neuronal se ralentiza, lo que amplifica el daño.
Además, el consumo regular de alcohol está estrechamente ligado a trastornos mentales como la ansiedad y la depresión. Aunque muchas personas beben para aliviar el estrés, el efecto es engañoso: el alcohol altera los niveles de serotonina y dopamina, provocando mayor desequilibrio emocional. Con el tiempo, se crea un círculo vicioso de dependencia y deterioro psicológico.
Cuestión de edad
El Dr. Restak hace especial hincapié en la edad como factor determinante. El cerebro humano no termina de desarrollarse hasta los 25 años, por lo que el consumo temprano de alcohol puede dejar secuelas duraderas.
En países como España, la edad media de inicio en el consumo de alcohol es de 14 años, y aunque en Chequia la cifra es similar, los especialistas lo consideran alarmante. “Beber durante la adolescencia altera el desarrollo cerebral y puede afectar la madurez emocional y cognitiva”, explica Restak.
En el caso de los adultos mayores, el consejo es aún más claro: cada cerveza cuenta. A partir de cierta edad, el cuerpo procesa el alcohol con menor eficiencia y los efectos en el cerebro y el sistema nervioso se multiplican.
Una cultura en riesgo
La cerveza seguirá siendo un símbolo de la identidad checa. Pero los expertos insisten en que disfrutarla con responsabilidad —o reducir su consumo— es clave para proteger la salud cerebral y emocional.
“Beber menos no significa renunciar a la cultura cervecera”, concluye Restak. “Significa proteger la mente que la celebra”.
