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Okamura

Paz con doble filo

El 8 de mayo, varias organizaciones políticas se reunieron en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga para celebrar una manifestación a favor de la paz. Cualquier expresión en favor de la paz es, sin duda, un motivo noble y digno de apoyo. Sin embargo, el problema surge al constatar que detrás de estas protestas se esconden intereses políticos. En este caso concreto, estuvieron presentes partidos como SPD y Trikolor, movimientos claramente alineados con la extrema derecha.

El temor como herramienta política

Actualmente, la sociedad checa experimenta un fenómeno de creciente temor social. El primero de estos temores es el impacto de la inflación, que apareció durante la pandemia del coronavirus y se agravó con la invasión rusa a Ucrania, desencadenando una guerra prolongada. El segundo es la incertidumbre económica y social, ya que el nivel de vida ha ido deteriorándose y muchos ciudadanos creen que la situación seguirá empeorando.

No es la primera vez que Chequia enfrenta esta sensación de incertidumbre. En 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, el país también se preguntaba cuál sería su futuro. Las elecciones parlamentarias de ese año reflejaron el dominio de la Unión Soviética en Europa: ganó el Partido Agrario, pero, debido a su pasado colaboracionista con los nazis, no pudo formar coalición de gobierno. El poder recayó entonces en los comunistas, los socialdemócratas, los socialistas y los socialcristianos.

Historia que se repite

En ese contexto, se creó un gobierno conjunto en el que Edvard Beneš, socialdemócrata, asumió la presidencia, mientras que Klement Gottwald, comunista, fue nombrado primer ministro. Cada partido recibió quince ministerios, pero poco después, los ministros socialdemócratas renunciaron, lo que permitió a los comunistas reorganizar el gabinete sin convocar a nuevas elecciones. Muchos han criticado a Beneš por no haberlas convocado, aunque la cercanía ideológica entre socialdemócratas y comunistas en aquella época lo explica en parte.

En 1948, los comunistas impulsaron una constituyente, y en las elecciones de febrero, ganaron por mayoría. El país quedó paralizado, como lo había estado tras los Acuerdos de Múnich de 1938. Las últimas esperanzas democráticas, como Jan Masaryk, desaparecieron trágicamente. Muchos líderes democráticos huyeron al exilio. La última gran manifestación anticomunista tuvo lugar en junio de ese año durante el Congreso de Todo el Sokol, cuando 85.000 personas se congregaron en la Plaza de la Ciudad Vieja y mostraron su rechazo simbólico al régimen.

Mientras tanto, el Partido Comunista experimentaba una afluencia masiva de nuevos miembros, superando los 2,3 millones a finales de 1948, lo que representaba más del 40 % del electorado. Esta inscripción espontánea fue tan alta que el partido decidió cerrar la afiliación a partir del otoño de ese mismo año.

La idea de que la sociedad checa fue secuestrada por la URSS es, según algunos historiadores, un mito, popularizado por autores como Milan Kundera, quien en sus inicios simpatizó con el comunismo.

Hoy, muchos temen que ese mito se repita. Las encuestas muestran que la coalición de derechas Spolu no supera el 19 %, mientras que el populista Andrej Babiš mantiene un apoyo del 31 %. Los grupos radicales como SPD y Trikolor ya alcanzan el 12 %, y el movimiento Stačilo, nueva cara del Partido Comunista, también se perfila para entrar al Parlamento.

Todo apunta a que el próximo Parlamento checo estará dominado por populistas y nacionalistas, lo que representa un grave riesgo para los valores democráticos.

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